Tomamos las enseñanzas de la vida como brutales castigos. Nos quejamos antes de dormir sobre todo lo que no hicimos, sin contemplar que las sábanas, como las madres, ayudan a arropar y esconder esos problemas bien al fondo, cerca de los pies.
Nos quejamos con ideas de posibilidades tan remotas y surreales como los ocasos de los romances y las sonrisas de los que no te pueden ver.
Maldecimos las tormentas y las lluvias porque son lo único que pueden limpiarnos y liberarnos completamente, y aunque las anhelamos no sabemos bien qué queremos.
Nos damos cuenta de esto y en el fondo sabemos, que a veces es mejor vivir como un perro.
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