lunes, 29 de julio de 2019

MetAmor


No hay fórmula.
El amor es una molécula inestable,
una mordaza de la lógica,
un “sí pero no” constante.
Es la morada del nómada.

No hay fórmula.
El amor
es la frontera milimétrica
que separa el alma
de la materia más absoluta,
una fantasía demasiado tangible.

No hay fórmula.
Es metamorfosis
y consolidación de los principios.
El amor es madurez
                a través de la inocencia,
crecer y menguar al tiempo,
habitar todas las edades.

Joder....que no...
no hay fórmula...

No existe la manera,
el número, la palabra
que defina su esencia;
concreción abstracta de un rayo de luz.

El amor no existe
a pesar de ser lo único verdaderamente auténtico.
Así que
basta ya de metamor,
del amor dentro del amor,
del amor más allá del amor.
Basta ya de hablar del amor,
no hay fórmula.
“¿Qué es amor?”
¿Y yo me lo pregunto?
Basta ya de teorizar, amor,
y vamos a emanarnos el amor
hasta que se nos olviden las maneras,
vamos a follarnos al amor
hasta que se nos agoten las palabras,
vamos a estrellarnos el amor
hasta que se nos acaben los números,
hasta que ya no queden “bastas”
y todo empiece siempre donde acaba…
y todo acabe siempre donde empieza…
el amor.

El Infinito en la Retina

Tengo el infinito tatuado en la retina
de mirar al cielo.

Soy un joven aprendiz de necio
que sobrevivió al incendio de la libertad
pero tengo en el cerebro
quemaduras de tercer grado
que aún supuran miedo.

Tengo el infinito tatuado.

He bailado con los galgos abandonados
de mi barrio
al son de una lata de sardinas
canciones populares que sólo se cantaron una vez,
he masticado los chicles del amor
hasta el desgaste,
he robado, he mentido,
me he drogado hasta perder la identidad,
he reído cataratas y he llorado mariposas pero nunca
he dejado de mirar al cielo.

Toda una vida buscando
respuestas a preguntas
que no he sabido ni formular.

Y sigo rindiéndome.
Y sigo siendo aquel niño caprichoso
que se encierra en su cuarto enfurruñado para escribir que quisiera ser halcón.

En vez de luchar.
En vez de saltar y salir volando por el balcón.
Y sigo dejando que mi ego
maneje mis palabras,
mis obras y sobre todo mi omisión.

Y sigo mirando al cielo
con los pies en la tierra.
No busco dios.
No busco perfección.

Busco un sueño infantil,
una nube de la que colgarme.
Pero me absorbe la espiral del infinito
y me tatúa su canción en la retina.

Soy un trozo roto del viento que a veces no sabe volar.

Pero seguiré recolectando tropiezos
hasta que ya no queden piedras.
Y seguiré jugando,
arriesgando,
derrapando en las esquinas.

Exprimiéndole las ubres al reloj
y saboreando cada calada de vida
porque lo efímero es volátil

y el infinito puede esperar.