lunes, 7 de enero de 2013

Identikit

De repente, todo lo que uno pueda llamar vida se cruzó por mis ojos. Exceptuando la norma cliché no fueron grandes momentos. Fue más bien como una ruleta de recuerdos y patrones causa-efecto que me llevaron ahi. Pensé en los motivos (inexistentes o infinitos) de la tragedia, todas las culpas se agolparon en una sola y me sacaba la fuerza para librarme de la trampa. Me sentía cansado de forcejear con ella y el sol ya estaba escondido muy por debajo de las montañas al oeste.
Aunque estuviera oscuro, mis ojos se habían adaptado gradualmente al atardecer sin que mi mente; preocupada por otras cosas, se diera cuenta.
Aquel épico viaje en busca de comida había terminado desastrosamente mal. Aquella derrota implicaría no sólo mi sufrimiento, sino el de todos los que yo conocía, pensé.
Mis patas se encontraban magulladas en un estado crítico, si tan sólo una reaccionara sería libre.
Mi cabeza prontamente previó mi destino seguro de muerte. Pese a que la oscuridad ya era casi total, mi instinto me avisaba que no estaba solo. Tal vez habría más de los míos dando vueltas por este territorio inhóspito. O tal vez no fueran de los míos, pero criaturas dignas al fin.
Escuché unos ruidos delante mío, y fui superado por una dicha que nunca antes había sentido. -Aquí!. Grité, confiado en que mi desfallecida voz se haría escuchar.
Más movimientos, la alegría se mezcló con la euforia y comenzé a agitarme, moviendo las piernas hasta que oí como cedía la trampa.. Más fuerza, más fuerza! La salvación esta a poco.
Liberé una de mis piernas y comenzé a agitar la otra, rebosante de adrenalina, hasta que levanté la cabeza para mirar a mi Salvador.
A pocos metros, ahi estaba. Con sus 8 patas y una terrible mandíbula, mirándome mientras se acercaba, rezando un dialecto que no supe entender, hasta que lo vi en sus ojos.

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