viernes, 13 de abril de 2012

Odas al cielo y la lluvia de los tristes inmigrantes

Las siluetas se mezclan
con el olor a flores
y las risas borrachas
de los callejones infinitamente largos
del pueblo.

Los saltos, los gritos,
todo eso que ves
en los martes de carnaval
te calienta la sangre,
te hace querer moverte,
salir, correr, posiblemente gritarle
a las estrellas que bajen a arreglar
los problemas
que asedian al mundo moderno.

En tu cabeza,
ves un pueblo vacío de gente
pero sin espacio para vos.
Preferís cantarle tus odas a la lluvia
y usarla como un escudo
para no salir de tu casa,
cuando solo es agua
-limpia pecados no religiosos alfinyalcabo-
y nubes grises.

Los faunos del bosque (si es que de verdad existen en el mundo de verdad)
se ríen de todo lo que vos crees
una desgracia cuando en realidad,
solo están riéndose de esas personas ciegas,
que mantienen
las caretas puestas
aunque
el circo y las flores
se fueron
hace
mucho
tiempo.

Vos y tu pequeñísima máscara,
con la cual antes pretendiste
buscar un pretendiente,
ahora solo la usás
para no ver el sol
que sale entre la niebla
de los domingos invernales
que se acercan,

y te quejás de estar sola,
y aunque muchas veces
eso era lo único que querías,
hoy no lo querés tener.

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