Caminando entre personas, abajo de un sol de mediodía. El calor ya no te permite ni mover las piernas y vos seguís ahí, caminando.
La calle está vacía, la vereda está llena de papeles y basura y gente, basura y gente. Todavía podés escuchar los ruidos de la calle, entrando por tu oreja, taladrando tu oído, matando tus tímpanos y quemando tu cerebro.
Tus pupilas se convierten en agua podrida y caen rodando por tu cara, mientras el olor a vodka-varato que sale de tu haliento derriten el resto de tu monstruosa figura.
Seguís caminando, esquivando a todos.
Las ampollas de tu cuerpo buscan reventar;
la sangre corre entre tus dedos
y ese holor a podrido - proveniente de lo más recóndito de tu alma -
llenan de nubes el cielo de un sol de mediodía.
Allá lejos, bocinas y figuras delineadas con tiza.
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