El que camina a la noche
no es otro que esa sombra,
que te gustó ver durante tanto tiempo
y sin la cual hoy odio despertarme
por que, sabés,
quedan pocas cosas
tan coherentemente
pequeñas a la vista y
gigantes a la mente
como los petalos de una flor en
un año bisiesto y
capáz, el color de tus ojos.
Extrañado de randomizar un viejo cliché parisino,
el cielo pide que descanse los ojos
y me acueste sobre los verdes prados
en los que viste llover dandole la mano
a tu sombra
mi sombra
una silueta parecida a vos.
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