Soñé que los miércoles pasados no existían en otro lugar que no fuera mi mente, y pensé que probablemente mis ultimas semanas de vida solo fueron un producto de mi endemoniada mente.
Los sueños, como cosas ajenas a tu cuerpo, dicen que a veces pueden darnos verdades tan caritativamente como la limosna del religioso pobre.
Pero difiero, porque mentalmente el trabajo es arduo, así como nos pide descifrar los códigos /y de naturaleza terrible/ que circulan el subconsciente.
Las palabras de mi carta dictaban confusamente así:
Si el andén tan tranquilo /como tus ojos/ se reposa sobre dos ladrillos, y lo único que ves es el farol anti nieblas de la locomotora, yo te saludo desde las vías y te pregunto "¿Después de despachar a todos los que te quisimos, quién va a ser el que te empuje?".
Y para sopresa tan tuya, no supiste qué contestar.
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