Estoy sentado en el jardín,
viendo las mariposas de la noche
revolotear sobre las cenizas de un ayuno.
Siento las pisadas y corridas de los perros,
instantes antes de que sus ladridos
ataquen mis oídos.
Entre tablones rotos y sagrados,
me pongo a llorar cuando recuerdo
que ya me olvidé del nombre
de mi perra.
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