domingo, 21 de noviembre de 2010

Augusto

Augusto era un pibe bizarro,
flacucho, alto y con cara de pendejo.
Y ojos celestes y pelo colorado,
y manos ridiculamente chicas.

Manos que invitaban
a las indirectas criollas de la adolescencia,
y a las burlas por su forma de ser.

Hablaba arrastrando las haches,
usando palabras como vianda, habitación
o mamá.

Y era al que jodían siempre,
porque no era bueno ni para el colegio,
ni para las mujeres,
ni para los deportes o etceteras.

Pobre Augusto, un pibe de dieciseís
que se peleó con la vieja y se quiso escapar
hasta pilar desde cuba en bicicleta.

Después de ese grito,
y ese pelo colorado subiendose a la bicicleta,
no supe nunca nada más de el.

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