jueves, 14 de octubre de 2010

Curso de Francés, Volumen 3

Se levanta, se pone una camisa vieja. "Un camisón, je je" piensa para sus adentros. Se aleja de la cama y comienza a arreglar la cama. Dos sabanas, dos simples sabanas y esa perezosidad de la adolescencia no le permite ordenarlas. Un desorden ordenado, un orden desordenado, para qué arreglarlo cuando dentro de 6 horas la deshago de vuelta, para que bañarme si me ensucio de vuelta, bla bla bla. Siempre los mismo cuestionamientos, siempre la misma resolución.

Se aleja despacito, tratando de que sus pies calientes no hagan el ruido a alpargata cuando toquen el piso, y camina a la cocina. Una taza, el termo semi-vacío, agua a la pava, pava a la hornalla. ¿El fuego?, magiclick de mierda, no funciona. Cuando vuelva le pido que lo arregle, y que haga la cama. Los fosforos, se los llevó. La puta madre, le voy a comprar un encendedor cuando vuelva.

Tira chispas con un encendedor viejo y voilá, fuego al fin. Ahora el café, estante de arriba. Se pone de puntitas y se ríe al sentir como su camisón se levanta. "Si me viera de espaldas ahora, se pondría como un loco" y ríe. Ríe un rato hasta que siente ganas de no reírse más. Busca los cigarrillos, nada. También se los llevó. En fin, busca en la biblioteca un libro de tapa dura, ah! Aegis Europa. Hoja 67, un cigarrillo. Justo al lado de la foto de una mezquita en llamas. Dulces las ironías de la vida, tanto fuego y no se puede prender el cigarrillo.

Paso a paso, se guarda el libro, se cierra el libro, se camina a la cocina/baño, se mueve la pava, se prende un pucho (el único pucho), se apaga la pava, se sirve el café.

Ruidos en el pasillo, un sonido de llaves, se abre la puerta. Qué cagada, se quemó el café.

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