lunes, 24 de diciembre de 2018

Bajo corriendo el Médano

Bajo como puedo, sin aire. La bajada se convierte en subida y nuevamente estoy en la cima de todas las cosas. Puedo ver el mar adelante. A millas de distancia. Puedo escuchar como las olas rompen en la orilla y las gaviotas cantan.
Miro hacia atrás, la tormenta está tan cerca que puedo sentir como los protones se alinean para descargar un rayo encima mío. Tengo que seguir avanzando. Tengo que llegar a la playa..

Me freno en seco.
Un relámpago con ruido a grito. Miro la tormenta. Abro la boca. El cielo se parte al medio y entre esas nubes puedo ver los sentimientos que la movían. Pido perdón. Me siento en el piso y con la frente en alto digo mi nombre. El cielo se para, las olas dejan de sonar. Las gaviotas desaparecen.

Solo tenía que hacerle frente.
La tormenta retrocede, temerosa a que la arena se despierte para luchar a mi favor.  Sigo sentado, la miro a los ojos. Nos decimos que el tiempo de correr a la lluvia ya se terminó.

Me pongo de pie. Miro hacia el Este y veo como el cielo y las olas se unen.

Aligero mi paso. Suelto mi mochila. Dejo mi remera junto a una estaca y comienzo a descender.

Esta vez, ningún escudo va a frenar mi camino.
Ninguna tormenta me va a asustar. Tengo suerte de estar vivo.
Y solo quiero entrar al mar.

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