Una vez abajo el sol, bajábamos al río a jugar con cardúmenes de sentimientos, frágiles, espontáneos, simplemente naturales. Jugábamos con redes y lanzas, pensando que para atraparlos enteros eran las mejores herramientas.. que las redes y (nuestras) manos no fueran a servir.
Después corríamos por interminables pasillos de adoquines, adornados con ventanas llenas del vapor de las ilusiones. Jugábamos a perdernos a propósito a encontrarnos, a separarnos y a buscarnos nuevamente. Era el juego perfecto, la combinación de mentes criadas por los campos y los números, las estrellas y los muros.
Probablemente te dirás, y me diré, y nos diremos hasta estar seguros (o asqueados) de que solo fueron sueños de un verano interminablemente largo, de que las cosas simplemente no-son.
Pero en el fondo..
París siempre
va a estar
presente.
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