jueves, 29 de noviembre de 2012

25 de Enero, 2024

Moríamos por querellas y quer(er-las-a)ellas, por bailar sinfines de melodías afuera en los balcones, abajo del cielo de un París; que si bien no era París París, era nuestro. Sentíamos odio a lo que podíamos convertirnos, a llegar a ser tan majestuosamente inexplicables (salvo para nosotros mismos) como las gárgolas que adornaban nuestros balcones y nuestros bailes, que duraban noches, días, noches, tardes.

Una vez abajo el sol, bajábamos al río a jugar con cardúmenes de sentimientos, frágiles, espontáneos, simplemente naturales. Jugábamos con redes y lanzas, pensando que para atraparlos enteros eran las mejores herramientas.. que las redes y (nuestras) manos no fueran a servir.

Después corríamos por interminables pasillos de adoquines, adornados con ventanas llenas del vapor de las ilusiones. Jugábamos a perdernos a propósito  a encontrarnos, a separarnos y a buscarnos nuevamente. Era el juego perfecto, la combinación de mentes criadas por los campos y los números, las estrellas y los muros.

Probablemente te dirás, y me diré, y nos diremos hasta estar seguros (o asqueados) de que solo fueron sueños de un verano interminablemente largo, de que las cosas simplemente no-son. 
Pero en el fondo..
París siempre 
va a estar
presente.

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