La prueba suprema
a la individualidad humana
se basa
en diseños atroces -y simples-
como el pedido
de un vagabundo
sincero y confundido
(Divinamente, claro)
por el tiempo y la hora
a tres personas
sentadas en un banco.
Uno contesta,
dos callan.
La conciencia
remuerde a los silenciosos
y enaltece al "bravo".
El tiempo pasa,
el tren no viene,
el placer final sigue volviendo
a mi cabeza,
como preguntas boludas,
y relojes de arena.
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