viernes, 9 de marzo de 2012

Cartas a Helena

En forma de apología, él pintó un cuadro con el rostro más preciado que había visto en su vida. Era un cuadreo sublime, lleno de detalles y de chispas y de aires perfeccionistas como lo habían sido. Un cuadro que en pocas palabras rozaba lo perfecto, demorando los minutos de a decenas para cada trazo. Vi como la gente se apilaba para contemplar ese lienzo, llenando de exclamaciones la sala.Tras 4 horas corridas de pintar, el artista se paró, alejó su cuerpo de la pieza tres pasos y miró cono los ojos de un cordero la cara de esa mujer. El cuarto se llenó de aplausos, para ser silenciados por un destello penetrante de pintura roja -volando hacia el medio del cuadro- y el alarido de una señora que había contemplado todo aquel circo. La señora miró al pintor con la pintura roja en la mano.

Silencio en el auditorio, el pintor se dio la vuelta y observó a la gente. Uno preguntó porqué había hecho lo que hizo, a lo que él solo supo responder:

 "Dos veces en mi vida aprendí a respetar la armonía y los balances. Dos veces en mi vida junto a ese rostro, y lo único que obtuve fue dolores punzantes en el alma y horribles pesadillas en mi corazón. Hoy puedo decir no más, corto el rostro de la amargura antes de que cobre vida y destroze lo que queda de mi. Ese rostro ahora tapado sólo es arte, como lo fue en algún momento en mi colchón. La repulsión hacia lo que uno cree perfecto puede ser locura, o puede ser crecer."

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