En forma de apología, él pintó un cuadro con el rostro más preciado
que había visto en su vida. Era un cuadreo sublime, lleno de detalles y
de chispas y de aires perfeccionistas como lo habían sido. Un cuadro que
en pocas palabras rozaba lo perfecto, demorando los minutos de a
decenas para cada trazo. Vi como la gente se apilaba para contemplar ese
lienzo, llenando de exclamaciones la sala.Tras 4 horas corridas de
pintar, el artista se paró, alejó su cuerpo de la pieza tres pasos y
miró cono los ojos de un cordero la cara de esa mujer. El cuarto se
llenó de aplausos, para ser silenciados por un destello penetrante de
pintura roja -volando hacia el medio del cuadro- y el alarido de una
señora que había contemplado todo aquel circo. La señora miró al pintor
con la pintura roja en la mano.
Silencio en el
auditorio, el pintor se dio la vuelta y observó a la gente. Uno preguntó
porqué había hecho lo que hizo, a lo que él solo supo responder:
"Dos
veces en mi vida aprendí a respetar la armonía y los balances. Dos
veces en mi vida junto a ese rostro, y lo único que obtuve fue dolores
punzantes en el alma y horribles pesadillas en mi corazón. Hoy puedo
decir no más, corto el rostro de la amargura antes de que cobre vida y
destroze lo que queda de mi. Ese rostro ahora tapado sólo es arte, como
lo fue en algún momento en mi colchón. La repulsión hacia lo que uno
cree perfecto puede ser locura, o puede ser crecer."
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