viendo como el cigarrillo le nublaba la vista
-y porque no, el juicio-
y contemplando los balcones.
Y de vuelta el conejo,
ese puto conejo blanco de nuevo,
reducido -o elevado- a la simple tarea de existir,
de comer, cagar y morir.
Entonces nos quedamos entre arrozales,
entre humos grices,
conejos blancos y noches negras
peleando por saber a donde vamos.
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