Urgentemente corremos a los edificios,
mientras vemos a los ricos desplomarse,
y llorar como infelices.
Mientras tanto, dos dedos dibujan un vidrio empañado,
la merienda de una tarde se enfría,
y tiro los cuadernos por la ventana.
Quién dira, si en una de esas,
no me tiro a mi también,
y dejo los cuadernos adentro,
entre las vainillas y la mano.
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